sábado, 28 de julio de 2007

Campo de concentración


Nº- 4. Título - En campo de concentración (Cádiz 1947-1949)

No hay duda que cuando la directora de ese Hogar (Maruja Cantos) me anunció que ya podía entrar, mi alegría y esperanza que por fin yo sería un niño como los demás fue enorme. Ese Hogar a primera vista, era una maravilla; Parecía una colonia para pasar las vacaciones (algunos le llamaban colonia). Algunas veces se veía a los niños vestidos con un traje de “Príncipe de Gale” Pero no era otra cosa que una máscara de hipocresía y propaganda política.
Ese Hogar no tenía nada de colegio y menos de hogar. Nos desplazábamos siempre a paso marcial peor que los militares y cantando siempre canciones fascistas. La comida tenía mucho que desear y cuando nos daban un plato de lenteja (uno de los mejores) había tantas lentejas como piedras. Teníamos que sacudir el plato para que las piedras se fueran al fondo y poder comer las lentejas con la cuchara y luego chupar las piedras. Y no hablo del trato que nos daban, ya que por mi discreción yo no fui uno de los que más maltrataron, pero no puedo decir lo mismo por muchos de mis compañeros.
Los dos profesores que había eran los que tenían un poco de humanidad, y la asignatura de más importancia era la de Religión (catecismo) Los peores tratos lo recibíamos por parte de los celadores que eran los que siempre estaban con nosotros. Don Carlo y el otro que se llamaba Tortosa, Se ensañaban con nosotros. Te pegaban cada hostia que si conseguían que cayéramos al suelo por la violencia con la que te la habían dado, se les reflejaba en el rostro la satisfacción que sentían.
Sería muy largo contar detalles ocurridos y no es el objetivo de este Blogger. Sólo diré que en esos célebres HOGARES que todo el mundo inoraba la realidad y otros creían que éramos fascistas por que nos veían desfilar por las calles vestidos de falangistas y cantando cancines fascistas ( la Centuria Ramiro Ledesma Ramos) para mí como para muchos de mis compañeros, no era nada más que un “CAMPO DE CONCENTRACIÓN”. Este hecho lo ignoraba todo el mundo y nunca fueron reconocidos como tales ya que casi ningún niño teníamos familia. Los domingos, que eran los días de visita, no venían más de dos persona a visitar algún compañero.
No hace falta os cuente qué clase de disciplina existía en ellos para que hoy en día se comprenda lo que en realidad eran esos HOGARES. No teníamos más remedio que soportarlo para sobrevivir por lo menos yo. Mi única esperanza era que mi padre volviera y me sacara de esa cárcel.
Como yo estaba muy anémico, muchas veces me daban vértigos y me pusieron como apodo “El fatiguiti” Ya nadie me llamaba “El catalán”
Por suerte la subdirectora (la señorita Natalia) me cogió cariño y me escogía muchas veces para acompañarla cuando iba de compra a la ciudad para llevarle los paquetes. No hace falta contar mi satisfacción al poder ver las personas por las calles. Pero un día en el que salí con ella se me destrozó el alma por completo.
Mi madre estuvo ingresada durante unos dos años en el hospital y un día en el que salí con la señorita Natalia (debía de ser entre los años 1948 y 1949) ella me llevó a ver a mi madre a escondida. Ese día mi madre me dió la peor noticia que yo hubiera podido recibir. Me enseñó una foto de una tumba y me anunció que nuestro padre había muerto en Francia en 1942. Ésta es la foto que me mostró.



Es fácil comprender que en ese momento desaparecieron mis esperanzas. Me quedó únicamente el pensar que mi padre había muerto como un héroe al ver esa corona de laurel y esa cantidad de flores. Pensé que los republicanos se la habían ofrecido por su heroísmo. Me sentí orgulloso de él y con la pena de no poder decir a cuatro vientos que mi padre había muerto con honor ya que tenía prohibido decir que yo era su hijo, por miedo a mi avenir.
Desde ese día mi única intención era la de escaparme de ese hogar, a pesar que ya me había acostumbrado a esa disciplina y de que obedecía como un animal y que fácilmente hubiese aceptado la política que me ofrecían. Pero nunca pude olvidar lo que nos hicieron en Barcelona y que me expulsaran de ella. Mi decisión era escapar ocurriera lo que ocurriera. Pensé en robar algo en la despensa del Hogar haciendo como un saco con la funda de mi almohada y meter allí lo robado y salir por la noche. Mientras iba desarrollando mi idea y esperando el momento más oportuno, llegó la única cosa positiva de mi vida “la Escuela de Puerto Real”
Próximo capítulo “Lo que me salvó” (Puerto Real 1949)






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