lunes, 13 de agosto de 2007

Los motivos de mi exilio

Capítulo Nº - 7 “Los motivos de mi exilio”. Años 1960 -1962


En esa factoría “MODELO” ingresé el 19/08/1952 y tomé la baja el 29/03/1962, pero el objeto de este Blogger no es el de contar cómo funcionaba esa “MIERDA” de factoría, ya que no puedo decir nada de bueno de ella. Sólo me limito, por el momento, a contar el motivo de mi exilio.

Mi esposa, que en paz descanse, padecía de una enfermedad muy grave y el médico del Seguro de Enfermedad me anunció que había salido un nuevo medicamento en Alemania que posiblemente le hiciera prolongar la vida. Pero había el inconveniente de que el Seguro de Enfermedad no asumía el coste de esas pastillas y que un tubo para un sólo mes ya costaba casi mi paga mensual. Me dijo que sería conveniente que mi esposa tomara esas pastillas, por lo menos, durante seis meses.

A mí nadie me daba un préstamo y le pedí al señor director de Construcciones Aeronáuticas S.A., Don Julio Aguyó, si me podían avanzar ese dinero e ir pagándolo durante todos los meses, poco a poco. Su contundente respuesta fue ésta: “NO ESTÁ ESCRITO EN EL REGLAMENTO”. Bajé la cabeza y me fui. El doctor me regaló un tarro de esos de propaganda y otro doctor que conocíamos me regaló otro igual.

Dos semanas más tarde vinieron a mi puesto de trabajo para proponerme si quería comprar todas las entradas para los partidos de fútbol del trofeo “Ramón de Carranza” y pagarlas durante todo el año. No hace falta que continúe contando más para que comprendáis mi reacción. Desde ese momento aborrecí el fútbol que siempre había sido mi deporte favorito. Comprendí que se aprovechaban de esa afición para que no pensáramos en las injusticias que nos hacían. Para ellos era más importante que fuera a los partidos de fútbol que la vida de mi esposa. ¡Pero para mí NO!

Eso ocurrió entre el 1960 y el 1961, que era cuando tantos españoles emigraban hacia Alemania. Yo y dos compañeros míos, Juan López Piñero y Manuel Baldomero Selvático, que trabajábamos juntos en esa asquerosa empresa, decidimos apuntarnos para emigrar hacia Alemania. Nos llamaron y los alemanes no aceptaron a Baldomero porque le faltaba un dedo de la mano. Cuando supe que a mí sí que me habían aceptado, pedí seis meses de permiso sin sueldo, diciendo que era para comprarle esas pastillas a mi señora (ME LO NEGARON) y yo tenía todo el derecho como civil. Pedí la baja y me dijeron que tenía que cumplir los cinco años por el compromiso del Servicio Militar, aunque yo ya tenía en mi poder la Cartilla Militar. Mientras tanto, el Instituto de Emigración me entregó el pasaporte con el contrato de trabajo y el billete del tren. El día de mi salida no me presenté a la fábrica a las ocho de la mañana y a las nueve llegó a mi casa, en nombre de la fábrica, uno que trabajaba en la Inspección del Estado, un tal llamado PAMPARÄ, anunciando a mi señora que no me fuera porque tenía a la policía detrás mío, en alerta hasta Sevilla. No hice caso y me fui hacia la estación de ferrocarril, que es la primera salida de los trenes. Era un tren expreso que salía a eso de las once del día, pero no pude cogerlo y a mi regreso a casa, que estaba muy cerca de la segunda aguada, una pequeña estación de segunda de RENFE, como un apeadero, donde nunca paran los trenes expresos, los vecinos me dijeron que se habían asustado porque ese día el tren sí que había parado. Esto no quiere decir que fuera por mí, debía de ser sólo una coincidencia. Mi cólera fue tal que no me presenté en la fábrica hasta el cuarto día, con la idea de que me expulsaran, ya que faltando tres días sin justificar era una falta grave con derecho a expulsión. Pero no me echaron ni me multaron y eso que por faltar sólo medio día sin justificación, te pagaban una hora menos de las trabajadas (empresa “MODELO”). Me acuerdo muy bien que los compañeros de trabajo decían que yo me había ido y otros no. Eran los tiempos en que, a un barco portugués, lo cogió como rehén uno que se llamaba “GALVAO”. Y me llamaron Galvao.

El mismo día en que me presenté pedí un juicio por lo militar, puesto que me decían que yo era militar y que había cometido una falta muy grave. El director, don Julio Aguyó (no sé si es correcta la ortografía de su apellido), me dijo que para ello tenía que presentarme personalmente en Madrid y que él me llevaría en su coche en su próximo viaje. Pasaron los días y nunca me llevó, pero enseguida que cumplió el plazo de los cinco años, me apunté otra vez para emigrar a Alemania. Esa vez me dijeron que los oficiales ya no podían salir de España. Dos semanas más tarde fui otra vez y me apunté como peón. Cuando me llamaron los alemanes me conoció el señor del Instituto de Emigración y él me prometió que me mandaría a Francia con mi oficio, porque sabía muy bien la injusticia que había cometido conmigo esa fábrica “MODELO DE CASA” (este señor era uno de los pocos españoles de corazón que quedaban aún en España) y en menos de un mes, cumplió lo que me había prometido. Esta vez pedí directamente mi baja en esa fábrica asquerosa, pero tampoco quisieron dármela y me permitieron únicamente seis meses de permiso sin sueldo (lo suficiente para llegar a la frontera).

Estos son los motivos por los que me encuentro en este país donde, por primera vez en mi vida, apreciaron mi calidad de trabajo y me pagaron mi justo valor sin presentar una tarjeta de recomendación de ningún eclesiástico ni político, sólo por el trabajo de mis manos.

Próximo capítulo “En Francia, 1962”

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